Será

Cuántas cosas hacemos para superar la muerte. La muerte del otro.
Cuántos atropellos a la memoria y a la razón conocida, hasta que conocemos la muerte del otro.
Cuántos juegos de niños se vuelven realidad cuando el otro, de verdad, deja de aparecer. O reaparecer.
Parece que jugáramos a las escondidas contando números hasta el infinito; parece que aguantar la respiración abajo del agua, de alguna forma, se nos haya ido de las manos.
Y todo parece ser, y no es.
Cuántos desasosiegos, uno atrás del otro, que parecen nunca resolverse. Cuando encontramos un por qué, lo dejamos ir. Y nos ponemos en búsqueda de otro. Porque es más simple así. De esa manera pareciera que en el proceso nos fuéramos alejando del objeto. O del sujeto.
Cuántas iras y angustias dispersas en una atmósfera que, aunque no queramos aceptar, los que nos rodean ya han transitado y respirado. Pero no podemos tolerar que sea igual a la de nosotros. No, no podemos tolerarlo porque de esa manera nuestra pérdida y dolor estarían, de repente, en una misma escala a las pérdidas y dolores de los demás. El hombre busca ser superior a los demás hombres hasta en esto. En los duelos a veces uno, en la capa más superficial de nuestros adentros, busca sentirse incomprendido.
Que nuestro dolor pueda simplemente asemejarse un poco al dolor del otro, quitaría poder al nuestro. De esa manera, en realidad, tal vez por descarte nuestro dolor comenzaría a cesar. Porque también nos liberamos del dolor cuando lo compartimos. Pero el compartir le quita especificidad. Y yo no quiero llorar por la ausencia de un otro con el cual nunca me vi a los ojos, por ejemplo. Tal vez es el tiempo que pasó que me hace temer una confusión. Entre vos y otro ser cualquiera.
No me lo podría perdonar.
Así inicia y “termina” un círculo infinito.
Cuántos esfuerzos por traer a la mente un aroma o un sonido.
Cuántas decepciones al buscar en algo, otro algo que ya no va a estar.
Cuando en el tren alguien gira bruscamente su cabeza como buscando algo, pienso que tal vez confundió la voz de alguien con la de su persona ausente.
Yo he visto cabellos similares a los de mis personas ausentes.
También he escuchado los mismos dichos, repetirse como ecos entre tantas voces que nunca serán o fueron la tuya.
También busqué tu ropa. No la encontré en otros pero si en mi hogar. Quise usarla hasta que algo de eso se me “pegue”; algo de eso se adhiera a mi y yo pueda aprehenderlo. Para llevarlo conmigo toda la vida y quien sabe si más.
Pero llorarte me dio mucho sueño y me dormí.
Pero soñé.
Y soñé con el día en el cual tenga que dejar de preguntarle a los demás sobre vos o tus tareas. Sobre tus características y tus formas. Y apareció una puerta, de esas que giran y tenes que meterte rápido en uno de los “cubiculos” que se forman. Pero cuando me metí, no giraba. Pesaba mucho. Y pensé en todo lo que nos pesa ver una realidad.

Comentarios

  1. Ciertamente es doloroso sentir que se pierde a alguien querido, sentir que se va, que nos deja para no volver. Sin embargo los recordamos con tanto cariño como cuando estaban aquí, sentimos que ese sentimiento no tiene más en quién apoyarse y sufrimos su carencia en cuerpo. Sin embargo no sufrimos la ausencia, sino esas ganas de tenerlos cerca, de asirlos, pero ya no se puede.
    Cuando los recordamos nos duele, tiempo después aparecen otras personas que nos recuerdan a ellos y elegimos extrañarlos, cuando podríamos reconocerlos. No es que el dolor de otros sea similar al nuestro, cada uno siente a su manera, pero a todos nos duele al principio. Conforme pasa el tiempo y las partidas se acumulan, podemos elegir distanciarnos del dolor y el sentimiento de ausencia. Se puede entender que nunca nos dejan en verdad, que no se pueden comunicar como antes y buscan otras formas: presentándose como personas que nos recuerdan a ellos, en personas que los conocían y nos regalan su recuerdo sobre cómo eran, en las cosas materiales que dejaron acá, en mensajes a través de los sueños y etc. Dejaron de estar como antes, pero nunca nos dejan.

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