Intro

 Entre los 13 y los 17 no podía parar de sacar fotos. A lo que sea. Encontré una cámara a rollo en casa, una Olimpus automática de mi abuela, plateada, cuando la querías usar se le deslizaba una tapa que cubría la lente. Le pregunté a mi vieja como se usaba y me dijo que era a rollo. Me crucé al kiosco de Mirta, un kiosco que te sirve pero en general tenés que chequear varias veces el vuelto, y demoran mucho en atenderte. Lo bueno es que en esa época el kiosco de Mirta estaba genial. Tenía de todo. Esa mini radio con linterna que salía $45 te salvaba a la noche.

En fin, me crucé al kiosco y le pedí un rollo. Y para mi sorpresa, Mirta vendía eso. Me dijo que sólo le quedaba “de 24 exposiciones, marca Kodak”. Era un Kodak 200, tranqui pero útil a sus fines. Igualmente, yo no tenía idea y le entendí poco y nada. Volví a casa y le pregunté a mi vieja si ese estaba bien, me dijo que sí y arrancó la aventura.

El final de esa historia fue obvio. El rollo se perdió, nunca revelamos las fotos y ahí quedó.
Así que para mi próximo cumpleaños pedí una cámara digital. Funcionaba con dos pilas AA. Las cosas habían evolucionado un poco, y se vendían cargadores para pilas recargables. Un golazo. La cámara también era Kodak al igual que mi primer rollo. Desde ahí en más todo fue fascinación, excitación y actividad. Me gustaba mucho usar el modo macro, recuerdo que tenía como logo una florcita tulipán (nunca entendí por qué). Tampoco sabía de qué se trataba el modo macro (pero me gustaba mucho como la foto se veía tan nítida siempre en ese modo), y no quería preguntar porque parecía que a esa altura y a esa edad, nadie tenía muchas ganas de responderme esas preguntas estilo “y esto, por qué?”. O tal vez no había tiempo. En casa siempre había muchas preocupaciones.
Yo me encerraba en mi habitación, me ponía la radio en 98.3 “puro rock nacional”, prendía un velador con luz cálida y sacaba fotos. Generalmente a los objetos; de muchos lados, con distintas luces. Después mucho autorretrato. Había pocas partes de mi cuerpo que me gustaban en aquel momento. En general, sin ser muy consciente de eso, me gustaban mis ojos y mis piernas. A veces mi boca, pero sólo cuando no se me veían los dientes. De igual forma el tema de que me gusten mis ojos estaba coaccionado por el hecho de que era algo que me solían halagar tanto los conocidos como desconocidos, y “aprendí” que mis ojos estaban “bien vistos” (ja), para los demás. Y eso me servía. Me importaba mucho la aprobación del resto.
Los años siguieron y yo seguía con mis autorretratos. Después empecé a querer fotografiar a mi hermana, mucho. Me parecía muy linda. Me gustaba su nariz y su piel con marcas de reciente varicela. Mi piel también tenía marcas pero eran otro estilo. A veces acné, a veces pecas.

La cosa siguió, la Kodak digital se aguantó muchas caídas. Empezó a romperse la tapa que tenía el metal para hacer contacto con las pilas, así que la tenía pegada con cinta adhesiva (casi lo mismo que mi celular ahora en el 2021). Seguía funcionando perfecto. Y yo continuaba sacando fotos a lo que sea, en donde sea, a quienes sea. Mis amigos de esa época se ponían un poco molestos con ese tema. A mi parecer, creo que me veían como una adicta a la cámara. Me decían que pasaba mucho tiempo en eso o me hacía muchas fotos de mi misma (lo que ahora denominaríamos selfies). Eso, a la vista de ellos, me hacía parecer alguien egocéntrico o narcisista, o excéntrico, o rompebolas, o raro. Pero yo no podía parar. No sé, hoy creo que lo veo como una forma de estar procesando mi imagen, algo que siempre me costó. En la secundaria una persona me dijo “hay gente con ojos celestes y están buenos como color, pero la cagan con la forma que tienen, medio de ojo triste”. Pensábamos esas cosas. Yo me las tragaba todas y después quería ver que salía de mi en esas fotos. Se volvió adictivo porque la cámara me devolvía un reflejo mío casi al instante. Si no me gustaba, la borraba y a la mierda. Pero si me gustaba, la apreciaba mucho. La mejoraba, a veces. La giraba, cuando no me convencía. Fue un camino largo que, repito, tomo como un descubrimiento, manejo y aceptación de mi imagen.

Hace poco volví al hábito de sacar fotos. Me había olvidado lo relevante que era para mi tomarme un tiempo para mirar detenidamente “a través de” y comprender mejor un montón de cosas. También descubrí que mientras hago las fotos necesito estar callada, concentrada, y que son unos pocos segundos donde mi mente crea algo y yo trato de obtenerlo a través de medios físicos. Esos silencios me eran mas necesarios de lo que yo creía.

Y no sé, no tiene un cierre el texto. Es como todo. Está en constante cambio, supongo. Yo también. Los días se me van pasando y hace poco me dije a mi misma, que siempre miro al tiempo como si él me debiese algo. Pero por ahora venimos bastante bien.

(PD: Acá dejo unas que encontré del 2009.)







Comentarios

  1. lo mágico de poder encontrar refugio (y encontrarse) en lo artistico, que nunca abandona, y cada tanto, cuando más se necesita, empieza a pisar más fuerte.
    y si, alto ojo che. jaja
    saludetes!

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    Respuestas
    1. Ey gracias por tu comentario y por leer! Igualmente, que andes bien :)

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